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viernes, 28 de diciembre de 2007

ELEGIA

Efraín Huerta, México


Ahora te soñé, así como eras: sin deslices en la voz,

con inmóviles sombras en los brazos

y tus genitales segundos de estatua.

Así como eres todavía: copiándote a ti misma,

cuando no eres ya sino la espuma de tu propia vida.


Bien te sentí en mi sueño como verso divinizado.

Mi tristeza no cabía en el fondo de mi dolor

y fue a manchar la noche de violeta.


El propio ruido de tus piernas habría despertado

los estanques, los recuerdos que a veces olvidamos

en los huecos de los jardines,

las horas que nunca fueron más allá

de donde hoy se desangran segundo por segundo,

el silencio de muchas ventanas,

antiguos y pulidos razonamientos, montañas de destinos.


De un seno tuyo al otro sollozaba un poco de ternura.


Anoche te soñé y no puedo decirte mañana mi secreto

-porque el amor es un magnífico manzano

con frutos de metal envueltos en piel de inteligencia,

con hojas que recuerdan gravemente el futuro

y raíces como brazos sumidos en una nieve de santidad-,

la misma ruta de mis dedos no podría encontrarte

ahí donde te guardas tan perfecta.

Yo no sabría elegir sino violentamente mi presencia:

te llenaría de asombro; acaso tu memoria no me crea.

Mi fatiga te gritaría un absoluto amor.

Por el cristal de aumento de la luna

la sonrisa de Dios estallaría.




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